Mi perro está siempre conmigo

Mi perro estará siempre conmigo

Si en algún momento podemos darnos cuenta de que la manera en que vemos el mundo es distinta en cada persona y que, además de ello, no somos calificadores o valuadores, por lo menos certeros, de lo que él otro hace, ello será solamente en la medida en que la responsabilidad de nuestras palabras no se abandone en el relativismo y en la mar de debrayosos intentos por convencer -y no por comunicar- que hay en el ambiente. El relativismo de las opiniones no parece ser razón sustentable que justifique nuestras aseveraciones; no hay palabra que nazca con sentido propio, único e indiscutible para todos los que la conocen o escuchan.

Comencemos con el siguiente ejercicio, (se trata de escuchar):

a)Mi perro ladra un poco.

Cuando te digo mi perro ladra un

poco, aunque no tengas la menor

idea de lo que estoy queriendo

decir o del lugar a donde quiero

llegar, tu tienes el perro ladrando

en la cabeza; la imagen, pues.

b)Mi perro está siempre conmigo.

Cuando yo mismo escribía mi

perro ladra un poco he tenido

que pensar en el sentido que

tenía para mí tal afirmación.

Apoyado en el recuerdo de la última vez que escuché a un perro x ladrar determinado número de ladridos en cierto tono, formé una imagen acorde con mi experiencia sobre la afirmación del inciso a. Aunque mi intención no fuera la de comenzar con este pequeño ejercicio y si fuera la de comunicarte la imagen de mi

perro o la idea precisa de lo que mi perro hacía en ese momento, y tal vez respondiendo a una pregunta tuya, hay que decir que la imagen del perro que ladra en tu cabeza es diferente y otra, de la que está en mi cabeza, aunque la afirmación haya suscitado la aparición de un perro ladrador en tu cabeza, mi perro está siempre conmigo. Cada imagen-perro que se anida en cualquier conciencia-cabeza, al momento de comenzar con este ejercicio, y aún en otros momentos en los que nada tiene que ver el ejercicio desocupado que hacemos aquí, es en cada caso distinto.

Cada vez que un ejercicio de comunicación se comienza es aplicable la misma afirmación sobre la compañía de mi mascota que está siempre conmigo; en distintos momentos se tratará de un perro, una película, un buen libro, un mal libro, una idea o de algo más complejo, pero siempre será mi perro, mi película, mi libro, mi idea y hasta mi Dios. Podríamos tocar terrenos peligrosos y creer que el hecho de que siempre me acompañe mi can es suficiente para afirmar, demasiado pronto, que cada cabeza es un mundo y que la diferencia hace mejor al mundo y a las relaciones, pero sería apresurarnos. Esperemos un momento y veamos si nos comunicamos.


Cuidados Caninos

No hay que ir demasiado apresurados y exclamar la grandeza de nuestra individualidad. No hay que asegurar que fomentar la libertad personal debe ser la tarea ante la falta de criterios de comunicación o de conocimiento, ¿todos somos hijos de Dios y merecemos que nuestras opiniones sean respetadas por el simple hecho de que valen como ideas y no como buenas o malas? Ante eso pregunto: ¿no es esa una idea conformista y, además es eso lo que queremos escuchar siempre en las veces que hemos intentado comunicarnos con alguien a quien no comprendemos de entrada? Las ideas, sean o no ideas formalmente dichas, no siempre son dignas de decoro y aplausos. ¿Por qué no apresurarse? Es simple (aunque no evidente) que no queremos responder afirmativamente a lo anterior y lo que queremos en realidad es eliminar la confusión como sus seriales asesinos, porque de otra manera terminaría habiendo tantos perros en la mesa de discusión que aquellos sería un ladrido de los mil demonios donde la comunicación simplemente no tendría existencia, ni real ni ideal. Ante ensordecedor ruido y berrido canino es imposible comenzar con cualquier intento de comunicación y, en eso, creo, estamos de acuerdo.

Tanto alarido canino, tanta interferencia y niebla auditiva frente al horizonte de nuestra intencionalidad lo único que logra es que todo tipo de confusiones, incomunicaciones y desatenciones nos nublen la mirada y acabemos por sobrevalorarnos como lo mejores dueños de perros que jamás hayan existido. Pero, yo solamente he visto a mi propio perro y no tengo ni idea, aunque quiera fingir que si, de la naturaleza, color o tamaño del perro de mi vecino. Hay que entender que mi perro se queda siempre conmigo y que tu perro nunca dejará de ser el tuyo; aunque lo intentes nunca harás que yo reconozca en tu perro mejor mascota que mi bonito caballo que, como era entendido, a señas le hablara.

Bueno, pero de lo que se trataba era de asesinar sin piedad a la confusión y, por lo menos hasta ahora, parece que en lugar de ello le estamos proporcionando una vida segura en la playa. Viviendo de la calidez de la arena, la frescura del mar, comiendo y bebiendo de la generosa contribución de los lugareños y la camaradería de los turistas, esforzándose solamente para alcanzar su comida y para, de vez en cuando, deshacerse de ella, estamos haciendo un hippie de la confusión y no un cadáver. Bajemos a nuestro ego y

obsesión enfermiza por la individualidad desenfrenada de la hamaca. Si mi perro se queda conmigo, tu perro está determinado también a no ser otra cosa distinta de la imagen, en la cabeza de alguien, de un perro ladrador.

Todo lo que quieras que yo aprehenda de tu perro, cualquier intento por compartir o imponer la belleza de tu animal es inútil; lo que hace es darme la posibilidad de complejizar y enfrentar a mi perro. Lo que ahora se hace es un enorme concurso donde los perros de cada quien son aplaudidos por su pelo o su color. Pretendemos estar ciertos de escuchar los ladridos de los perros ajenos, pero sabemos lo que ocurre de verdad: es a mi propio perro al que escucho. No importa lo hermoso o feo que sea el perro del vecino, echémosle una mirada a lo cuidados del propio. Es imposible que nos declaremos mejores amigos de los canes sólo porque mi perro está mejor cuidado que el perro del vecino. No hay una diferencia entre un patio grande y uno chico, y si la hay, en términos estrictos, no importa; lo real, lo único importante es que nuestro perro está encerrado o libre y es el singular perro en mi cabeza. Para matar a la confusión es necesario que nos quitemos de imponer nuestra propia raza de perro. Matar a la confusión y a la soledad de la incomunicación exige que no brinquemos de gusto cuando escuchamos palabras como: tolerancia o diversidad, solamente porque nos proporciona la posibilidad de no justificar nuestras palabras e ideas, con la responsabilidad que cada hermoso perrito merece. No debemos presumir a los demás la belleza de nuestro perro; tampoco debemos descuidar las condiciones en que vive mi perro apoyados en la idea de tolerar toda diferencia y aplaudirla porque -según yo- todo lo que existe es ya un regalo de nuestro padre y gran creador, o criador, Tata Dios.


Res-pon-sa-bi-li-dad

Si mi perro se queda conmigo soy responsable directo de su alimentación, educación, cuidado y pleno desarrollo desde que nace apenas como un pequeño y tierno cachorrito hasta que, abandonado por el tiempo y mis propias capacidades de criador, muere desahuciado en el rincón. No hay que pasar demasiado tiempo convirtiendo nuestro perro en la mascota más envidiada y aplaudida, al final de cuentas algún día nos daremos cuenta de que los aplausos que nuestro perro recibía en realidad eran aplausos que cada orgulloso amo le daba a su propio canito.

Si, por otro lado, lo único que pretendes es arremeter en contra de todo el mundo y alegar que es porque tu perro nació enfermo que a ti nunca te toca cuidar mascotas agradables, terminaran en algún mal lugar tu perro –que por cierto no tiene la culpa- y tú. No digas que la belleza canina sólo existe en los especimenes de los demás y el tuyo solo está gris, opaco y enfermo, alimentando la desgracia y causando la repulsión presurosa de los demás; no culpes a Dios de la fea imagen de tu amigo, recuerda que Dios siempre se queda contigo.

Nadie vendrá a decirnos que tan bueno es nuestro perro y que tan bello es el suyo. Nadie conoce o verá siquiera desde lo lejos a nuestro ejemplar; aun cuando alguien, bien dotado de talento para la oratoria y con la afortunada elección de palabras y de su acomodo, nos dibuje con certeras palabras la belleza y grandeza de su animal, igual no escucharemos. De nada sirve pensar lo contrario. Alguien dice: mi perro ladra muy bonito y nosotros creemos que escuchamos, pero escuchamos nada más el ladrido característico de nuestro propio perro. El ladrido y el perro de quien afirma a su expresión gutural siempre se quedan con él.

Mi perro se queda conmigo también quiere decir que cuidar una idea es responsabilidad directa de quien la advierte; mi idea se queda conmigo y cuando se la cuento a alguien lo que el Otro ve no es mi idea, sino su propio animal. Si a mi perro no lo cuido y atiendo como es debido se muere y se muere conmigo. Un perro no puede ser robado ni regalado; Dios nos ha hecho libres de elegir, pero no nos hizo irresponsables de nuestros actos y recordemos que a Dios no le debe gustar ver morir a los animales, algún día te preguntará o cobrará directamente por tus perros y no podrás engañarle con que: ¡Me lo robaron! ¡se me perdió de vista solo un segundo! O salirle con el reclamo: me diste uno negro flacucho y yo quería tener uno bonito que los demás admirarán. A Dios cuando se le enfrenta no se le engaña y ¿Qué excusa pondrás? Él fue quien puso como ley aquello de: Mi perro se queda conmigo.


Ego y abandono

El principal problema de la comunicación es en realidad un problema doble que se acompaña siempre. El ego y el abandono siempre se manifiestan con crueldad y destrucción sobre las vidas del amigo del hombre.

Con el problema del abandono podemos lidiar más o menos, aun si lo hacemos solos; mi perro puede mostrarme de frente los signos indiscutibles que le causa mi abandono. Cuando un perro muy querido para mí se muestra sumido en la más desgarradora de las soledades, sólo puede morir triste e inútilmente.

Advertir la muerte dolorosa del canito puede hacer posible que jamás dejemos morir de la misma manera a un próximo can. Esa es la enseñanza del dolor. La solución del problema del abandono es más o menos accesible, pero depende en mucho de la capacidad de dolernos y conmovernos para adquirir conocimiento venido del dolor; al vernos dolidos por la irreparable falta de nuestra preciada mascota, muerta por la falta de alimento y atención, adquirimos la capacidad de alimentar y atender con decoro a la siguiente criatura canina que Dios, o quien lo determine, nos ponga bajo tutela, eso, si no terminamos llorando por nuestra incapacidad de darnos a entender a los demás.

El problema del ego es mucho más fuerte porque atiborramos de cuidados y gracias ficticias a nuestras mascotas, sólo para hacernos orgullosos amos del único perro en el mundo que cuando saluda levanta las patas.

La solución a este peligro requiere de autoconciencia y autocrítica, que en nada se parecen a la autocompasión o la autodestrucción. La cosa no es tan simple, pero tiene salida. Mi perro se queda conmigo, y aunque ladra solo para mí yo soy capaz de comunicarme con el Otro en tanto que me comprende y escucha como un igual a él. Ambos somos amigos de los canes y no amos orgullosos y sordos a los alaridos de dolor de otros canitos. La empatía puede ser la salida si atendemos a intentar comprender.

Debemos ser capaces de entendernos en la medida en que compartimos la pasión por una mascota, idea, objetivo, actividad o un Dios. La mascota no es la misma, pero si nuestra pasión, o puede serlo siquiera. Cuando podamos llegar a entender en el otro las diferencias y semejanzas respecto de nuestra propia persona tal vez nos interesemos auténticamente en las ideas ajenas y busquemos, para encontrar, los medios para comunicarnos. El mundo sería diferente si podemos llegar a comprender al perro de mi vecino por medio del conocimiento y atención desprejuiciada del propio. Si mi perro se quedará conmigo para siempre hagamos que pase el rato más agradable y que sus ladridos sean muestras de comunicación real y efectiva.

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